Cada vaso de leche malteada tiene detrás una gran historia. Y es que fue creada a mediados del siglo XIX por el farmacéutico londinense James Horlink, quien desarrolló un suplemento alimenticio nutritivo para los bebés a base de trigo y malta.
Años más tarde se mudó a Wisconsin, Estados Unidos, con su hermano William. Juntos abrieron una fábrica de alimentos infantiles en 1873 y una década después patentaron una fórmula de leche en polvo a la que nombraron diastoid. Años después la registraron como leche malteada. Ésta incluía polvo de harina de trigo, leche entera evaporada y cebada malteada.
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Con el paso del tiempo este alimento sirvió a los exploradores de montañas, quienes le encontraron características útiles para sus recorridos, pues era liviano, no perecedero y nutritivo. Incluso, una montaña en la Antártida se llama Horlink en honor al creador de la bebida.
La malteada como la conocemos ahora
A finales de aquel siglo ya era conocida como malteada, batido o merengada y cuando la producción de refrigeradores y batidoras eléctricas se hizo masiva se combinó con bolas de helado de sabores. Así se creó un postre de textura ligera, espumosa y suave con un gran sabor.
Su popularidad aumentó en tiempos de posguerra, ya que se utilizó para complementar la dieta de los soldados. Posteriormente, en 1948, durante los Juegos Olímpicos, también se usó para mejorar el rendimiento de los atletas. Además surgieron las fuentes de sodas, donde los jóvenes se reunían para disfrutar esta cremosa bebida.
Actualmente se sigue consumiendo en casi todo el mundo, es muy sencillo de preparar con el sabor que prefieras en el momento que se te antoje y encima le puedes poner un poco de crema batida y granillo de colores. Sin duda, es un postre que llegó para quedarse.